-Genial ¿y ahora qué? –me pregunté a mi misma un par de veces
hasta que por fin mi cabeza pudo pensar en otra cosa y dejo de estar atascada-
La llamaré –susurré, cogí mi móvil y rápidamente marqué un número de teléfono,
me lo coloqué en la oreja para escuchar y comenzaron a sonar pitidos, primer
pitido, segundo y… “el número que ha marcado no se encuentra disponible en este
momento” lo supuse, sabía que muy pocas veces contestaba al teléfono, lo
guardaba en su bolsillo y ya le podía estar llamando la persona más importante
en su vida, que no lo cogería, pero había que intentarlo, ¿qué más podía
perder? Ya me había quedado sin viaje. Me mordí el labio pensando en que podía
hacer ahora, pero como evidentemente no iba a aparecer un vehículo de la nada
como por arte de magia e iba a llevarme a Cádiz cogí de nuevo mi maleta y volví
a subirme a esas odiosas escaleras mecánicas que me habían hecho perder el
tren. Al elevarme en ellas, resoplé levemente y miré hacia un lado, luego hacía
otro de forma lenta y rápidamente volví a mirar al primer lugar donde lo hice,
me fijé en que a lo lejos entre la multitud había una chica con unas gafas de
sol puestas y tomándose lo que parecía ser un helado, no apartaba la vista de
mí, yo le miré nerviosa y con los ojos entre abiertos para ver si la conocía,
pero por mucho que pensara no me acordaba de quien era, me rasqué la nuca
pensando y nada, ni una sola respuesta, miré hacia otro lado y continué metida
en mis pensamientos hasta que caí al suelo, sí como lo leéis me tropecé y caí
de rodillas al suelo, me desperté de mi estado de shock pensativo, algo
extrañada y dolorida por el momento, me levanté de allí cogiendo mi maleta y
tapando me la cara con la mano al ver como todas las miradas de la escalera se
fijaban en mí, andando rápido, entré en los
aseos.
Al cabo de unos minutos de mirarme al espejo y de curarme la
rodilla, salí de allí aún avergonzada, pero por suerte ya nadie se acordaba,
cogí aire y caminé hasta llegar a la parte principal de la estación donde se
encontraban los puestos para sacar los billetes, las cafeterías, las tiendas y
sobre todo esa misma chica de antes, sin echarle mucha cuenta, miré hacia
delante algo desorientada y volví a observar lo mismo que antes, la gente
caminando de un lado a otro, llorando, riendo, despidiéndose, sentados
esperando su tren, también vi a los mismos turistas de antes y el hombre que
hace unos minutos estaba quejándose y gritando por que no había billete para
él, ahora descansaba en un lujoso, suave y cómodo sillón dentro de una de las
tiendas mientras esperaba a que su mujer terminara de comprar. Al parecer mis
piernas se quejaron de estar tanto tiempo de pie y encima de haberme caído, así
que decidí entrar en una de las cafeterías a tomar algo de beber que me
despertara un poco, efectivamente entré en la primera que vi, no me fijé en el
nombre, la verdad no estaba de humor como para fijarme en el cartel de cómo se
llama la cafetería a la que voy a entrar, lo único que importaba era que se
podía consumir cafés y bebidas dentro, me acerqué a una larga, estrecha y
limpia barra de madera del local, cogí mi móvil y dejé la maleta a mis pies
escondiéndola entre la barra y mis piernas. Apoyé mis brazos en ella y miré al
camarero.
-Un café, por favor- Pedí amablemente aunque en tono cansado.
-Marchando- me contestó y se giró preparándolo, mientras se
terminaba me miró y con el ceño algo fruncido de forma curiosa me preguntó -
¿Le pasa algo preciosa? – Levanté las cejas al oír ese piropo, al parecer hoy
era mi día, pestañeé varias veces y observé su cara ligeramente cuadrada, su
sonrisa con dientes blancos, sus ojos color mostaza, su pelo castaño con el
flequillo hacia arriba y su principio a barba de hace varios días, el típico
chico que suele atraer a las mujeres únicamente por su barba, pero a mi
sinceramente no demasiado.
-No, estoy bien o eso creo –le miré algo extrañada y miré
hacia otro lado viendo como la misma chica que unos minutos atrás me observaba
se disponía a entrar y acercárseme.
- Bien, si quieres hablar aquí me tienes – Me sugirió el
camarero mientras colocaba el café en frente de mí, asentí sin escuchar le
mucho, cogí mi bebida, soplé levemente y le di un sorbo sin apartar la vista de
la misteriosa chica. Al cabo de unos segundos lo hice, estaba cansada de mirar
le así que le di otro sorbo al café mientras miraba hacia otro lado, seguidamente
una voz detrás de mí, aguda como de una mujer me habló - ¿Paula? – me preguntó
haciendo que me sobresaltara y cayeran un par de gotas de mi bebida en la mano,
me giré a mirar le mientras me limpiaba.
- Sí ¿y tú eres? –añadí extrañada al ver que era la chica
misteriosa que por fin se acercaba a hablarme, era bajita con el pelo negro y
largo, en el cual había mechas azules y lilas en las puntas de cada mechón,
tenía una piel incluso más blanca que la mía, unos labios rojos y grandes que
hacían que llamara más la atención ya que sus ojos no se podían ver por unas
exclusivas gafas de sol de “Police”.
- Vamos ¿no me recuerdas? – soltó una carcajada mientras yo
negaba con la cabeza aún dudosa- soy Charlotte –continuó ella- la amiga que
conociste hace varios años en Cádiz, la nieta de tu casera –me comentó muy
ilusionada y risueña, seguidamente doble un poco mi cabeza aún sin saber con
quién estaba hablando.
-¡Ah! – grité levemente haciendo que esta vez ella se
sobresaltara- Ya me acuerdo de ti, nos conocimos la última vez que fui allí de
vacaciones, es decir, hace muchos años – las dos reímos levemente- tu eres la
extranjera ¿verdad? La que venía de California junto con sus familiares a
visitar a la casera, quiero decir a tu abuela, mi casera. – Dije feliz al
recordar esa época, fue hará unos seis años ya que ahora tengo 16 y estoy a
punto de cumplir los 17, me acuerdo perfectamente, yo viaja con mis padres cosa
que dejé de hacer hace unos meses, era la primera vez que mi mejor amiga se
venía conmigo de vacaciones y fue la última vez que fui a veranear allí, nos lo
pasábamos muy bien, hacíamos hogueras en la playa, fiestas en casa, nos
divertíamos peleándonos de forma amistosa con la casera, la abuela de
Charlotte, una anciana de piel blanca como la suya, cara arrugada, pelo gris y
alborotado y sinceramente era el alma de la fiesta, no conocía a ninguna mujer
con su edad que tuviese tanta energía.
- Exacto, esa misma – me respondió aún más contenta que yo- y
perdona por incomodarte antes, pero no podía parar de mirarte para ver si
realmente eras tú, hace mucho que no nos vemos – yo reí asintiendo y haciendo
un gesto con el que le dije – No pasa nada – seguidamente ella me abrazó y yo
le seguí el afecto por educación y porque estaba contenta de ver la,
efectivamente hacia seis años que no nos veíamos, la última vez que hablamos
fue hace tres años y por una carta
diciéndome que su abuela había fallecido, cosa que me entristeció bastante
cuando me enteré. Los siguientes veinte minutos estuvimos hablando de todo lo
que habíamos pasado todos estos años ya que teníamos muchas cosas que contarnos
cuando de repente sonó mi móvil.
- ¿Sí? –dije cogiéndolo-
- ¿Dónde estás? Llevo cinco minutos esperándote en la puerta
principal de la estación-
- Estoy en la cafetería, vente para acá- Dije algo confundida
al saber que estaba hablando con mi mejor amiga la cual debería de estar en el
tren camino a nuestras vacaciones y no en la puerta de la estación. Al cabo de
un par de minutos vi entrar por la puerta a una chica un poco más bajita que
yo, de piel morena, pelo corto por el hombro, rubio y ondulado y unos ojos
claros pintados con color negro, como siempre, esa era mi mejor amiga, Nerea,
una chica alocada, divertida y siempre risueña, le costaba mostrar le a la
gente una imagen triste de ella.
- ¿Qué haces aquí? ¿Tú también has perdido el tren? –Le pregunté
sin dejar que pudiera saludar.
-¿Perder el tren? ¿Yo? –comenzó a reír y llevaba razón era la
chica más puntual que conocía. – No, el tren no sale hasta dentro de quince
minutos –dijo riendo mientras yo le miraba sorprendida y furiosa- te dije que
estuvieras aquí antes porque sé que siempre llegas tarde, lo siento –soltó aún
más carcajadas.
- Esto es increíble –Dije furiosa pero a la vez con ganas de
reírme por las estupideces que había hecho en el día de hoy por su culpa.
Los siguientes minutos Nerea y Charlotte se hicieron muy
amigas aunque también se conocían de las vacaciones, estuvieron hablando y más
tarde nos despedimos de ella ya que hasta mañana no llegaría a Cádiz porque
primero tenía que pasar por Sevilla a encontrarse con sus padres, después de
que se fuera Nerea y yo por fin, subimos al tren.
* * *
Pasadas varias horas, cuatro exactamente, llegamos a la
estación de San Fernando, donde nos recogería un taxi y nos llevaría hasta
casa. No puedo contaros mucho del viaje ya que cuando me monté me puse a
escuchar música mientras mi mejor amiga leía un libro llamado algo así como “Divergente”
el cual me enganché por su culpa, me quedé dormida a la media hora de estar
allí, lo único que recuerdo es estar sentada en la ventana, mi vagón algo
vacío, al fondo una pareja mayor adormilada, al lado una anciana con su nieto y
un poco más adelante un grupo de estudiantes al parecer de arquitectura ya que
lo podía leer en sus libros y justo detrás de mí un chico con un sombrero
puesto el cual le tapaba toda la cara y creí que estaba dormido por que se había
acomodado bien en el sillón ya no comentaré nada más porque lo siguiente que
recuerdo el despertarme por el ruido de la gente bajando y subiendo de él.
Salimos de la estación con las maletas en las manos, aquí
hacía la misma temperatura que en Madrid, esas ganas de bañarme en la playa no
me las iba a quitar nadie.
-Paula, ve llamando a un taxi que yo tengo que llamar a
nuestra casera – Me ordenó Nerea.
-Yo si fuera tu no me dejaría llamar al taxi, no me hacen
mucho caso –reí recordando lo que me había pasado esta mañana, al contarse lo
ella comenzó a reírse aún más y paró a un taxi, nos montamos y olía un poco
mal, tosí varias veces y tuve que abrir la ventana o no sobreviviría, casi una
hora más tarde, el auto se paro en frente de un bloque de pisos, el mismo que
cuando yo venía de pequeña, me bajé de él rápidamente y con ganas de dejar de
escuchar las historias de ese grasiento y borde conductor, le pagamos lo más
deprisa que pudimos y vimos como se iba alejando de nosotros hasta desaparecer
al final de la calle, cogimos las maletas del suelo y entramos en la puerta
principal, había tres chicas de unos catorce años sentadas en las escaleras y
murmurando cosas sobre un chico, reí levemente al oírles y pude notar cómo me
echaron una mirada desafiante, pasé de ellas y subí al piso, entramos por una
puerta de madera blanca, preciosa, no me acordaba muy bien de cómo era la
vivienda cuando yo veraneaba de pequeña, pero seguro que no era como en ese
momento, había cambiado mucho, un salón grande y espacioso unido a la cocina, casi
todo decorado de blanco, pasé por un largo y estrecho pasillo reluciente que
daba paso a tres grandes habitaciones y a un espacioso baño, entré en la del
fondo ya que esa sería la mía, con una cama de matrimonio en medio de la
habitación, un escritorio y un gran armario. Después de unos quince minutos de
mirar nuestro hogar una y otra vez decidimos bajar a la playa, yo estaba
acalorada y necesitaba bañarme, llegamos a la misma puerta principal de antes
donde aún se encontraban las tres chicas.
- Pero mirad que guapo es, necesito hablar le –comentó una en
tono de niña pequeña ilusionada.
- Callaos, ahí viene otra vez –susurró una de ellas mientras
me miraba, yo le miré extrañada y me acerqué a ellas-
- Mirad, mi amiga y yo hemos pasado por lo mismo que vosotras
cuando teníamos vuestra edad –les dije aguantándome la risa- ¿Os podemos ayudar
con algún chico?
-¿Nos ayudaríais? –Preguntó una con los ojos brillantes y
bien abiertos, yo asentí con cara de interesante y aún con más gana de reírme
les pregunté- ¿Cuál es?- Ellas me señalaron a un chico que estaba de pie y
frente a su amigo en la arena, pero no le pude ver ya que estaba de espaldas.
- Genial, quedaos aquí, volvemos en nada –sonreí y salí
tirando del brazo a Nerea para que no me dejara sola, justo cuando se cerró la
puerta y las niñas no podían ver mi cara, comencé a reírme hasta que llegué a
la espalda del chico.
- Disculpa –dije tímidamente tocando su hombro, el chico se
giró mientras se quitaba sus gafas de sol y yo podía notar como mi piel enrojecía
de la vergüenza y como mis ojos brillaban al ver tanta belleza.
- Joder –murmuró Nerea con la boca abierta al ver le, yo
lentamente le tapé la boca igual de sorprendida para que no dijera nada más sin
apartar la vista de él.
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Como veis este es bastante más largo que el anterior, me ha venido la inspiración, pero no puedo decir con seguridad cuando subiré el tercer capítulo ya que no quiero que sea muy corto, por favor no os olvidéis de comentar.
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